Songs of the Soul


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sábado, mayo 14, 2005

Ella lo soño (Bleicher Mond)

Ambos caminaban de la mano, por las calles de su viejo pueblo fantasma, él había llegado, o ya estaba alli, el caso es... se hallaban juntos, de la mano, nuevamente, una ultima vez.
Hallaron una iglesia hambrienta, con sus fauces abiertas, invitando a brindar la carne y la fe a la eterna ingenuidad, entre las sombras murmuraban sus pecados.
El acaricio el muslo de ella sobre la tela de su vestido, la abrazo por detrás, besando su cuello, suspirando la agonía del amor silencioso. La llama de su vientre acabo con el resto de las luces del lugar, por un momento todo fue oscuridad, y en esa negrura sus besos se hicieron caricias, sus dedos llegaron hasta los cimientos de su placer, ella miro al cielo y gimió suavemente, el la beso aun mas profundamente.
Los cuerpos se mimetizaban, dejando que las sombras se hicieran parte de ellos como un lago de negro cristal para luego romperlo con estertores de gozo. Paso su lengua por la columna de ella, erizando sus bellos, su piel se crispo, la inocencia moría de placer, con las mejillas sonrojadas y los ojos cerrados fuertemente.
Pasos presurosos en la noche ficticia, las manos de la castidad separaban a los amantes, antorchas de indignación puritana, moralidad dual.
Separaban sus cuerpos desnudos y los arrastraban ante un Cristo triste, incapaz de hacer algo, sus muñecas están atadas, atadas al deseo humano de un dios amarrado por el metal más estupido a un trozo de madera ingenuo.
A ella la dejaron vestir su blanca piel, cubrir sus senos, ocultar su preciada feminidad, a él...
Asido por las muñecas fue amarrado a un poste, castigado por amar con el cuerpo, por probar el placer de la pasión y sentir el pecado con su lengua. Su pecho cortado con vidrio hecho de las lagrimas mas hipócritas, su rostro marcado con el perdón falso de los profetas del oro y en su vientre los puñetazos de la austera moralidad, la inquisición de cada día.
A su cuello pasaron un lazo y lo ataron, alguien lloraba entre la muchedumbre que se había congregado a ver morir aquel desnudo amante, alguien gritaba por piedad y mas allá, entre las sombras, ella, vistiendo por dentro el calido esperma del amor derramaba su vida entre los recuerdos de la pasión.
Seis veces sonó el cuero contra su piel mientras era elevado a la muerte, seis veces rieron al verlo llorar. Pasaron los minutos y su cuerpo dejo de moverse, el cielo se cerró, los cuervos huyeron en busca de una tormenta gris, todos permanecieron en silencio, solo ella pidió que lo bajasen, un último beso y cubrir su piel con seda y tierra.
La pálida luna enfoco la nueva escena, pálida luna, algunos curiosos se preguntaban si estaría muerto por fin, otros decían que mejor seria dejarlo colgando ahí, como prueba de lo que esperaba a aquellos que se atreviesen a sentir amor de forma tan perversa.
Los curas engalantonados en oro y mentira observaban pasivamente, acariciando a sus jóvenes monaguillos, la impureza gemía sonriente, los corazones bruscos de los incomprensivos se hallaban saciados.
Todos se horrorizaron al notar como la piel del amante se tornaba oscura a la luz de la luna, tan negra como sus corazones, tan dura como la roca que rodeaba sus frágiles entendimientos.
Su rostro cayo al suelo hecho como de dulce cristal, en mil lagrimas se partió, a los pies de sus asesinos.
Un nuevo cristo, colmado de pecados, de piel amante y oscura, sin rostro, sin resurrección posible.
Como si fuese un sueño todos callaron, la luna abandono el cielo y los insectos mas indiferentes corrieron a devorar lo olvidable.
Como si fuese un sueño todo se vuelve confuso luego, él muerto, ella semi desnuda, llorando en la oscuridad.

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